La suerte cambió de la noche a la mañana para el bodeguero Juan Palomino un día en el que firmó demasiado apresuradamente unos documentos bancarios. “No quise ponerme mis gafas de presbicia por pura coquetería, pensaba que podría beneficiarme a la directora de mi sucursal que me trataba con tanta solicitud y tenía dos pedazos… Pero la muy zorra ya no quiso atenderme una vez que estampé mi firma en esas malditas preferentes”.
Arruinado y con una bodega embargada se dio desesperadamente a la bebida, a la suya porque siempre defendió la calidad de sus caldos por encima de los demás, hasta que cayó en sus manos un libro de autoayuda y leyó aquello del kanji japonés, compuesto por dos caracteres que significan “peligro” y “oportunidad”. Tan impresionado quedó que decidió impresionarse a su vez la nalga izquierda con ese dibujo. Orgulloso de su tatuaje, corrió a mostrárselo al cocinero del restaurante chino situado en la planta baja de su edificio que le confesó que en realidad ese signo que lucía en su culo significaba “vía rápida”.
Sr. Lunes.
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