En el miércoles pasado, el equipo de Masterchef quedó maravillado
con el señorío de Jerez, y ha descubierto a su audiencia el arte y saber estar
de un pueblo que no se puede aguantá. Como consecuencia, la ciudad es ahora un
hervidero de turistas que quieren conocer al pueblo jereciense, envidia del
resto de los tristes pobladores del planeta.
Aprovechando la expectación, nos hemos encaramado a lo alto
de la Torre del Homenaje junto con un mogollón de admiradores para ver llegar
galopando desde Cuatro Caminos a los jerecienses justo cuando vuelven a comer, terminada
su jornada laboral, que consiste básicamente en revolcar terneros sirviéndose
de un palo largo. Es todo un espectáculo verlos acercarse entre la polvareda
bebiendo fino sobre sus cabalgaduras, que es una costumbre que siguen a todas
horas.
Una vez que han llegado, han descabalgado y se han mezclado con
su habitual campechanía entre los visitantes dando voces, risotadas y olés.
Aunque el calor aprieta y el resto andamos en camiseta, los jerecienses siguen
como si tal cosa vestidos de corto, con sus sombreritos de ala ancha y sus
zahones bien puestos, como se ha vestido toda la vida y que por eso está
considerado como el pueblo con más elegancia natural del país. “en
Jeré no hace caló picha, aquí lo que hace es buen tiempo porque llega el
airecito fresco de la playa que está ahí al lao, que tenemo de tó, y no como en
Sevilla, que no se puede aliviá nadie”, nos comenta Álvaro Redomecq, aunque su
cara congestionada y los sudores que le corren por las patillas de hacha
pudieran decir lo contrario.
Al momento, un grupo se ha puesto a cantar sevillanas, que
es algo que aquí surge en cualquier momento para demostrar al resto de los
mortales que éste es un pueblo orgulloso de sus raíces y al que nunca le faltan
motivos “pal cachondeo”. Jaleado por el público, Rafael Multidomecq se ha
lanzado a bailar con una japonesa de esas que estudian el flamenco y ha dado
una lección de dominio del baile sevillano masculino que consiste en quedarse muy
quieto a la vez que muy pegado a la gachí, con una mano levantada como si fuera
a dar, o una hostia bien da, o un pase a una vaquilla en un tentadero de salón
y mirándola fijamente para darle a entender “que estás a esto de terminar
follá”.
Jacobo Requetedomecq nos ha invitado a unirnos a la barbacoa
que preparan todos los mediodías las mujeres jerecienses, y a la que los hombres
sólo se acercan para preguntar cómo va todo como excusa para rellenar la copa. Nunca
sabemos de dónde viene, pero no hay fiesta jereciense en la que falte el sonido de fondo de una
guitarra o de unos tipos dando palmas. “En Jeré sólo comemos cozas güenas der
campo, pichita, por eso tenemos esta estampa que no se pue aguantá”, dice
Jacobo masajeándose la panza. “¿Niña, qué hay hoy der campo?… ¿cigarrones?…
pues paentro, que son der campo y estarán de lujo como tó lo nuestro”.
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